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Ismael Santiago

Ismael Santiago constituye una novedad en el panorama artístico boricua ya que es uno de los contados músicos que alcanzó cartel estelar ejecutando un instrumento que, a pesar de la belleza de su sonido, ha permanecido rezagado. En Puerto Rico sólo lo han utilizado algunos conjuntos pleneros sin que sus ejecutantes adquieran protagonismo. Este gran artista sí lo logró. Y, al mismo tiempo, se acreditó resonantes triunfos como compositor. Personaje sumamente inquieto, durante su temprana juventud sobresalió como atleta, practicando los deportes de pista y campo y salto con pértiga; colaboró como dibujante y caricaturista en la Prensa nacional y, durante el segundo lustro de la década de 1930, trabajó en espectáculos circenses como boxeador bufo haciéndose llamar «Gofio Junior». Sin embargo, desde su niñez también cultivó la música. Aprendió Solfeo con el profesor Juan Font Zayas, pero gran parte de su formación como multi-instrumentista la desarrolló de manera autodidáctica. Aprendió a tocar la guitarra, el piano, la trompeta, el bombardino, la tuba, el acordeón y la mayoría de los tambores de la percusión caribeña. Y desde su adolescencia alternó su vocación artística con la deportiva. Integró varias agrupaciones que no alcanzaron trascendencia hasta que, en sociedad con su compadre, el acordeonista Modesto Rosario, organizó el Conjunto Suzuca en 1938. Aquel colectivo – en el que se desempeñaba como trompetista – disfrutó de gran popularidad, sobre todo en la región central de Puerto Rico. En 1942, también junto a Rosario, marchó a Nueva York ansioso por encontrar mejores horizontes para sus inquietudes musicales. En esta metrópoli ambos organizaron otro conjunto, que se identificaba con el nombre de aquel, cuyo repertorio se nutría, principalmente, de plenas. Pero, desde el principio, ambos debieron alternar la actividad que desarrollaban frente al grupo con otros empleos. Rosario (1909-1972) laboró en los artilleros durante varios años, mientras que nuestro biografiado se colocó como cocinero en el Mount Sinai Hospital, en el condado de Bronx. Curiosamente, aunque años más tarde el éxito le sonreiría, mantendría este trabajo hasta su ancianidad. Hacia 1955 creó el conjunto que durante largo tiempo llevaría su nombre, con el primordial propósito de acompañar a cantantes en grabaciones y teatros. Y, cierta vez, ejecutó la sinfonía de mano en un programa de la radioemisora WHOM. Tanto gustó al público su actuación que, a partir de entonces, comenzó a utilizarlo con mayor frecuencia. Y, cuando los productores de discos lo reclamaron para grabar, no dudó en dedicarse por completo en este instrumento. Una de sus grabaciones, “Danzas en sinfonía” (Linda, LP-101), hoy es considerada clásica. En la misma es acompañado por Claudio Ferrer (guitarrista); Willie Sosía (contrabajista) y Paquito Cartagena (güirero). Ismael Santiago se estrenó como compositor mientras formaba parte del Conjunto Suzuca. Sin embargo, al parecer no tomaría muy en serio esta faceta hasta par de décadas más tarde. No solía conservar las melodías que surgían de su ingenio, por lo cual muchas se perdieron. Para su suerte, mientras – frente a su conjunto – integraba el elenco de un espectáculo que se presentaba en el Teatro Puerto Rico, tuvo oportunidad de entablar amistad con el famoso cantante y actor mexicano Antonio Aguilar (máxima estrella de aquellas funciones), a quien le entregó el corrido “Amor a la ligera”. Éste lo incluyó en su álbum “Antonio Aguilar con el Mariachi México” (Musart, DM-934), editado en 1962. Dicha grabación rápido se convirtió en un exitazo, tanto en México como en Centro y Sudamérica y plazas hispanas de Estados Unidos. En Nueva York ocupó el primer lugar del Hit Parade instituido por la radioemisora WHOM a lo largo de varios meses. Por ello, Ismael Santiago recibió el Premio Diplo – instituido por la revista Farándula – y el Premio Candilejas, concedido por el Diario La Prensa, correspondientes a Compositor del Año en Nueva York. Valga señalarse que “Amor a la ligera” acumularía gran cantidad de versiones discográficas en México. Ejemplos: Samuel Quintero y Su Gran Tamborazo (Halcón, 1968). Incluso, otros intérpretes latinoamericanos también grabaron este corrido, entre ellos el venezolano Henry Salvat (TH/LAD, 1980). También en 1962, su compatriota Odilio González «El Jibarito de Lares» le llevó al disco tres boleros que generarían mayor impacto que su antes mencionada obra: “Amor a la mala”, “Celos sin motivo” y “Háblame” (BMC Records), que dominaron los escalafones de popularidad de Nueva York y Puerto Rico durante el siguiente 1963. Dichas obras no sólo fortalecieron la entonces ascendente carrera de este irrepetible intérprete, sino que le valieron nuevamente los galardones con que ya se le había proclamado Compositor del Año. En lo sucesivo, Odilio se convirtió en su más fiel intérprete. A lo largo de aquella década le popularizó, entre otras selecciones más, los boleros “Ciego de celos”, “Conformidad”, “Háblame”, “Lo que no ha de ser”, etc. Casi todas esas canciones, también serían grabadas por otros artistas. De “Celos sin motivo” se conocen las versiones realizadas por los dominicanos Ernesto Núñez (Honey, 1979) y Ramón Rosario (JVN, 1996). Otros dos destacados intérpretes originarios de Quisqueya también registraron “Háblame” en exitosas producciones: Fernando Villalona (Kubaney, 1987) y Anthony Ríos (Montaño, 1998). Éste último incluyó, en el mismo álbum, “Ciego de celos”. Mientras tanto, en 1967, el boricua Juan Antonio Romero se colocó en el Hit Parade hispano de la Gran Urbe con “Agua que va río abajo” (Jenny 603). En 1973, el influyente rotativo neoyorquino Daily News resaltó su aportación artística con un amplio reportaje escrito por su crítico Sidney Fields.

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